martes, 31 de diciembre de 2019

CARRETERA INFINITA V



Veo los ojos del joyero frente a mí, fijos y luminosos, mirándome como esperando alguna reacción en los míos. Parpadeo para percibir que soy yo cuando el Joyero despliega una sonrisa trémula que me aporta serenidad.
Compruebo que sigo entrelazado con las personas con las que estaba hace unos instantes en una resplandeciente playa, siendo unos niños.
   -¡Mano de Santo, guárdame! –Oígo la voz en alto de Nicks junto a mí.
Nos soltamos nuestros brazos al unísono, de igual manera que el resto de personas acopladas. Rostros relajados y sonrientes.
-         ¿Qué tal Zawinul?
Miro al Joyero sin responderle, bebiendo un trago y asintiendo con la cabeza. Observo ahora que él es la única persona que no se ha entrelazado. Los rostros del resto transmiten cierta felicidad, con algo así como media sonrisa, o los ojos medio perdidos sobre las luces que se proyectan sobre las paredes desde la bola de cristales, como recordando la experiencia anterior que habrán tenido con lo que llaman “Mano de Santo”. Intento encontrar una explicación, me giro y me dirijo a Nicks, una mujer de unos 24 años con un carisma arrebatador que desprenden sus ojos azules y sus movimientos gráciles, y a su pequeño acompañante.
-         ¿Podéis explicarme qué ha ocurrido?
-         Mi nombre es Guy. –Sentado en su alta banqueta el enano me ofrece  su mano para estrecharla con la mía. Dudo dos segundos y finalmente nos saludamos, notando el fuerte apretón que imprime a sus pequeños dedos. –Tú eres Zawinul, o así te llama el Joyero.
-         Sí, así me ha llamado.
La extraña música que oía en el local ha tornado a un sonido de jazz tenue y algo embriagador, con notas perdidas de piano y un saxo frío y cristalino. El Joyero, haciendo movimientos sinuosos al ritmo lento de la música, se dirige bailando hacia la puerta de entrada y quita la enorme tranca que la bloqueaba.
-         Zawinul, has sido tocado por Mano de Santo. Y lo que has vivido junto a Guy y a mí es tan real como que ahora estamos aquí hablando, igual que hace poco éramos niños permaneciendo en un lugar, en un Tiempo perteneciente a mi existencia de hace muchos años. –Me dice Nicks expandiendo una sonrisa luminosa.
-         ¿Cómo es eso posible?
-         Lo es gracias a Nicks. Ella descubrió esa capacidad dentro de ella, llegó a controlarla e incluso poder compartirla.
-         Ya es hora de marcharnos, Guy. La noche está a punto de caer y ya sabes que no me sienta muy bien.
Trato de asimilar la información que me dan, intento digerir la experiencia con Mano de Santo, y observo la mirada de confusión que destilan mis ojos al contemplarlos en el espejo rectangular con marco dorado detrás del Joyero. Nicks y Guy se despiden de mí, no sin antes decirme que un día a la semana vienen al local del Joyero y que esperan que nos volvamos a ver.
Sigo absorto en mis pensamientos, recordando la visión en la playa de Nicks y Guy siendo niños, yo mismo siendo niño, notando mis manos infantiles apoyadas en la blanca arena. La sensación de bienestar, de seguridad, de serena tranquilidad interior que sentí cuando regresaba de la experiencia conjunta, y sobre todo la completa ausencia de miedos ni temores en mi todo mi ser.
Le pido al Joyero algo de comer y me responde que solo tiene bocadillos de tomate sarmiento. Lo acepto sin saber muy bien a qué sabrá y en cuatro bocados acabo con él. La bebida que me fabricó el Joyero, junto al cupachups energizante y el bocadillo han logrado reponerme del tremendo cansancio que llevaba conmigo cuando entré en el local.
Me despido del Joyero y salgo afuera, a caminar algo por la carretera y encontrar algún sitio para reposar y dormir; tengo que descansar y dormir. Que la noche y el silencio me resguarden, que el gong hipnagógico suene en mi cerebro y pueda comunicarme con El Sentir; espero encontrar respuestas.


      *Masmoc Utopía




domingo, 8 de abril de 2018

CARRETERA INFINITA IV




Exhausto, bañado en sudor y empapado de mi propio miedo, caigo de bruces sobre el asfalto amigo, buscando oxígeno con mi boca para llenar mis vacíos pulmones. Echado boca abajo, brotan lágrimas de mis ojos; mientras mantengo la cabeza oculta bajo mis manos siento los espasmos incontrolados de mi cuerpo ante el vendaval de sollozo rabioso y salvaje que me desborda. Lloro con desesperación y amargura, dominado por imágenes en mi mente de odio, violencia y horror, imágenes engendradas por criaturas infantiles que jamás habría concebido, si no las hubiese sentido por mí mismo. Así permanezco, salpicado por el terror, hasta perder el sentido y quedarme dormido con el decadente sol abrasándome un poco más y el perpetuo abrazo del miedo.
Al recuperar el conocimiento noto la garganta seca y mi lengua pesada como una piedra. Bebo de la cantimplora, a pequeños sorbos para saciar mi sed, nada más incorporarme en pie. El sol está muy bajo, a punto de desaparecer en el horizonte. Comienzo a andar pausadamente, siguiendo las líneas discontinuas del firme alquitranado. Repaso las imágenes de los rostros infantiles, desfigurados por la ira, que todavía acosan mi espíritu. Intento encontrar un sentido a ese río ebrio de odio y maldad que ha estado cerca de inundarme ¿Sería un juego para ellos?
A ambos lados de mi carretera, porque la siento como si de un ángel de la guarda salvador se tratara, un paisaje de árboles con escasa savia y ausente de hojas, escolta mi pausado avance en contra de un viento, algo apaciguado al bajar una depresión del terreno. Me detengo junto a uno de los árboles, y con mi cuchillo saco raíces comestibles de la tierra seca, que mastico para adormilar mi hambre mientras sigo andando.
Diviso una cabaña con un intermitente luminoso de bar encendido. Me dirijo hacia allí deseando encontrar algo de contacto humano agradable, aunque me acerco sigiloso y con recelo por lo que pueda hallar. Abro la puerta lentamente agarrando con mi mano el cuchillo, por si tengo que desenfundarlo. Oigo ruido de vasos y algunas risas entremezcladas con una música totalmente desconocida y de extraña comprensión para mí. El lugar está bastante oscuro; distingo varias figuras en la semi penumbra con varios focos de luz que apuntan desde el techo proyectados sobre una barra de bar, algo más baja de lo habitual.

-         Zawinul Karmal. Qué bueno que viniste. –Un hombre delgado, con barba de tres días, camisa floreada y una expresión cómica guiñándome un ojo, desde detrás de la barra, levanta los dos brazos hasta casi tocar la bola giratoria de cristalitos plateados que cuelga del techo, mirándome como esperando una abrazo mío o algo parecido. –Zawinul, no te quedes ahí pasmado, ven y tómate algo que tienes mala cara.

Avanzo tres pasos y ya estoy en la barra frente al sujeto que me ha puesto nombre, y además le debo ser muy familiar. Coge tres botellas de licores coloreados, echa un poco de cada una en una coctelera, añade hielo picado, dos cucharadas de leche condensada y una copa de vino de tintilla. Agita la coctelera sonriendo como un personaje risueño de algún comic, sin dejar de mirarme; se detiene, da un giro completo sobre sí con la coctelera alzada sobre su cabeza y la introduce en un microondas diciendo –sólo un minutito –. La recoge de nuevo, vierte su contenido en un gran vaso de cristal azul y añade cubitos de hielo diciendo –sólo cinco cubitos – y me ofrece el vaso sosteniéndolo con sus dos manos. Tomo un pequeño trago sin dejar de mirar su rostro de perenne sonrisa tonta. Está exquisito. Intento sonreírle, sin percibir yo mismo si lo he logrado; estoy muy cansado aunque la bebida me reconforta sobremanera.
-         Ese es mi Karmal. Ahora ya tienes otra cara. Ya me contarás más tarde donde te has metido todo este tiempo, –me dice colocando las botellas usadas para crear mi combinado en una estantería sobre la pared, a su espalda, de azulejos rojizos y azulados –ahora sigo atendiendo a mi clientela, que no es muy numerosa últimamente.

La puerta del local se abre, me giro y veo a contraluz dos figuras, una mucho más baja. Tenso mis músculos y agarro el puño de mi cuchillo con mi mano derecha mientras con la izquierda sostengo el gran vaso de cristal azul. Si la figura pequeña es uno de los niños salvajes estaré preparado para su ataque. Me relajo, es un enano con cara sonriente junto a una mujer de mediana estatura y de curvas pronunciadas, marcadas por el mono negro ajustado que lleva puesto. Los dos se sitúan junto a mí en la barra, el enano se sienta en un taburete y la mujer está de pie dándome la espalda. Hay dos mujeres sentadas en una mesa junto a un hombre en animada conversación, por sus gestos y risas. Al notar la presencia de la mujer que acaba de entrar, las dos mujeres guardan silencio, juntan las palmas de sus manos a modo de rezo e inclinan la cabeza hacia ella. La mujer que está a mi lado hace un movimiento de su mano en el aire hacia ellas, discretamente, y éstas continúan la animada conversación con su acompañante. Sobre la extraña música punzante suena una sirena que me hace estar aún más vigilante y expectante.

-         La hora de chupar. El Joyero agradece la presencia de esta exquisita concurrencia y les obsequia con el chupachups energizante. ¡A chupar vida!
Todos los presentes se acercan a la barra y reciben de él una bolita de caramelo sostenido por un palito de plástico. Recojo el mío de la caja que me ofrece el Joyero, al mismo tiempo que el enano coge el suyo y me mira diciéndome –Te va a dar vida, amigo mío. –Asiento con la cabeza.
-         El que quiera puede conectarse ahora con “Mano de Santo”, –dice El Joyero bajando la intensidad de la luz y haciendo que la bola de cristalitos del techo proyecte sobre paredes y techo luces rojas, verdes y amarillas – sólo durante media hora. Más tiempo sería demasiado, y demasiado nos desbordaría de tiempo vacío.
-         En los tiempos anteriores a la caída, El Joyero tenía una joyería de lujo, un lujazo de tienda, aquí mismo. Pero esos eran otros tiempos. –Me dice el hombre pequeño mientras se coloca una pulsera en su brazo izquierdo y agarra con su mano derecha un brazo de la mujer que me da la espalda. Ella se vuelve hacia mí, me coloca una pulsera idéntica en mi muñeca izquierda con rapidez y me agarra del otro brazo. Instintivamente me agarro también al pequeñito, formando los tres una unión enlazada.

El sonido de la música ha bajado su intensidad rítmica y el volumen lo oigo más bajo, aunque me sigue pareciendo muy extraña. Casi todos los que están en el antro se están enlazando. El Joyero cierra la puerta, poniendo una tranca inmensa, bloqueándola y diciendo sonriente –Avisará la sirena para no caer en tiempo vacío. ¡Avanti!
La mujer que agarra mi brazo con fuerza, sin dejar de agarrarme, se sienta en la barra del antro y grita con cierta melodía –Mano de Santo, tócame.
En el mismo instante de finalizar su llamada, siento que caigo en un pozo, pierdo la visión del Joyero, al que estaba mirando, y me encuentro en una playa con dos niños a mi lado, tumbados en la arena. Me incorporo algo mareado, y el niño ¡es el enano! y la niña ¡es la mujer que le acompañaba!
-         ¿Qué es esto? – les pregunto nerviosamente.
-         Es mi “Tiempo Pasado”, una rendija de mi existencia que ahora comparto contigo. Disfrútala. –Me dice la niña que hace un minuto era la mujer que me puso la pulsera.
-         Aprovecha este regalo, Zawinul. –Grita el pequeño niño corriendo hacia una mar crepitante de espuma y olas bravías. –El Tiempo de Nicks ha sido más intenso que los Tiempos nuestros, y aquí estamos.
La chica salta de la arena y corre para después zambullirse en el mar y jugar con el otro chico en el agua. Permanezco absorto viendo la imagen, mirando a todos lados, esperando que algo me sacuda y despierte del sueño. Pero no ocurre, sigo viendo como chapotean y juegan en la orilla. Miro mis manos, el resto de mi cuerpo, sorprendido al saber que soy también un niño. Me quedo sentado en la arena viéndoles, contemplando la imagen de su alegría que me embriaga profundamente.

El rugiente sonido de una sirena me saca de la serenidad emocional de mi visión. Los dos chicos salen apresurados del agua, llegan hasta mí y nos enlazamos con nuestras manos y brazos, conectándonos. Nicks me mira sonriente diciéndome –Inspira.
Inspiro; el aroma de mar salado y arena mojada penetra en mí al tiempo que los ojos de Nicks hacen lo mismo, penetrando en mi interior y desplazándome por un túnel espiral ascendente, que no sé adónde me llevará.
Una cosa sí es cierta, sé que siento mucho menos miedo dentro de mí.


        Masmoc Utopía



miércoles, 3 de enero de 2018

CARRETERA INFINITA III

                      
Arrastro mi soledad, por esta tierra desvalida y seca, olvidada de risas y llantos humanos, postergada al silencio susurrante del viento y la arena. Siento que mis pasos sobre el asfalto abrasan en mi interior con ese sonido hipnótico, que me otorga la indivisible voluntad de proseguir mi continuo avance, sin destino certero. Intento recordar en mi vida algo más allá de esta tierra inerme e inhóspita. Rebusco en mi mente rendijas de visiones etéreas de mi vida anterior a la noche en que tuve mi primera comunicación con El Sentir, y no logro encontrar conexión conmigo. Soy como un peregrino hacia……nada.

Después de unas dos horas de lento y monótono avance por este asfalto inacabable, detengo mi paso al divisar un conjunto de casas junto a una pendiente más alejada de la carretera, formando un pequeño poblado. Al acercarme, observo, desde mi posición elevada sobre una loma, varias calles entrecruzadas de casas encaladas, con porche de madera a la entrada y amplio patio trasero donde, en una de ellas, veo un famélico corcel.
Me adentro en el poblado esperando encontrarme con alguna persona, cosa que no ocurre, por cada calle de espesa arena amarillenta por la que ando, mirando de un lado a otro. Percibo algún movimiento tras alguna ventana y oigo cerrarse algunas puertas a mi paso.
Llego hasta un espacio abierto donde confluyen la mayor parte de las calles de blanqueadas casa adosadas. Me detengo en el centro de la plaza, junto a un pozo. Saco un cubo de agua del mismo, cojo de uno de mis bolsillos mi analizador de pureza y lo introduzco en el recipiente, comprobando, al colorearse el indicador en verde, que es agua potable para el consumo. Lleno mis dos cantimploras, y el agua sobrante del cubo la bebo a pequeños tragos.

Nadie aparece, aunque siento de manera creciente que estoy siendo observado.
-         Po zí yas llenao los cacharros con agua, puedes seguir con tu jarana por ahí, alejao prontito dezta aldea. –A mi espalda, tras el pozo, ha salido la primera voz humana que oigo, aunque no veo a nadie al volverme. Es una voz joven, de niño.
-         ¿Quién ha hablado? – pregunto al aire.
-         Mejó zerá que no zepah quien zoy. Ahora mizmo te apuntan direztamente a tu mollera con la ezcopeta del fuerte ruido. Azí que vete pirando rapidito.
-         Me marcho ya de aquí. No debéis temer nada de mí. –Hablo, dirigiéndome hacia la parte trasera del pozo desde donde proviene la voz de niño. Debe estar oculto y agachado.
-         Claro que no tememoz, zomoz fuertez y valientez. Ya eztaz tardando en zalir pitando. ¡Gameover para ti, ya!. ¡Gameover!. –Su tono iba subiendo en volumen e intensidad hasta llegar a gritar sus últimas palabras.
-         Tranquilo, chico. Me marcho ya.
-         No zoy ningún chico, baztardo.

Una carreta, tirada por el jamelgo famélico que vi antes, viene hacia mí. El sol lo tengo de cara y no distingo al conductor, sólo un bulto. Cuando se detiene al lado del pozo donde me encuentro, desde detrás de éste sale un niño de no más de doce años y se sube a la carreta. Distingo al que lleva las riendas, comprobando que es otro niño aún de menor edad. El mayor, de pie sobre la parte trasera de la carreta, me hace con su mano derecha un gesto transversal con su dedo índice sobre su cuello, mientras con la izquierda sostiene en alto una espada de esgrima.

-         Baztardo, tienez zinco minutitoz dezde ya, para zalir de nueztra aldea  blanqueada. ¡Gameover! ¡Gameover para ti! – El niño, con el rostro enrojecido al proferir sus últimas palabras, y la mirada ardiente fijada en mis ojos, emitió un silbido largo y monótono, después del cual el otro niño hizo que el escuálido animal tirara de nuevo de la carreta alejándose del lugar.

Mientras veo cómo se marcha volviendo a hacerme el gesto de cortar el cuello con su mano, levanto mi mano izquierda y la muevo a modo de despedida hacia él diciéndole – Gracias por el agua.
-         No te quedan maz vidaz, baztardo. No pierdaz tiempito.

La elocuencia de sus palabras finales suena en mi cabeza como un resorte estridente que hace que comience a correr por la primera calle que encuentro, lo más alejada y contraria posible a la dirección que tomó la carreta con los dos niños. Veo al final de la hilera de casas, a lo lejos, el espacio abierto de las afueras de la aldea que llevan a la carretera por donde llegué.
Oigo a mis espaldas un griterío, como de patio de colegio, de voces de niños unido a golpes de metal y madera. Aumento la velocidad de mi carrera al máximo de mis posibilidades, mientras el griterío resuena en mis oídos con mayor fuerza y cercanía.
En mi carrera desenfrenada miro un instante hacia atrás y los veo acercarse de manera acelerada, unos niños con las cabezas afeitadas y pintadas de diferentes colores, entre rojo, verde y azul, levantando la arena amarillenta a cada paso, golpeando con palos y barras metálicas las casas por donde pasan veloces y excitados. Son unos cuarenta niños, harapientos, medio desnudos, desnutridos. Ninguno sobrepasará la edad del chico del pozo, que intuyo que será el jefe del grupo. Van recortando la distancia conmigo de manera acusada y sus gritos resuenan con más intensidad. Siento la furia de sus rostros sobre mi espalda. Creo que me alcanzarán antes de los cien metros que faltan para salir del poblado. Mi resistencia está al límite, no encuentro aire para respirar y mis piernas me duelen enormemente. Noto mi final muy cercano, cuando veo la carretera por la que llegué al pasar en mi alocada carrera por la penúltima casa de la calle.
Los niños me tiran palos y barras de metal, dándome una de ellas en la espalda y un palo impacta en mi cabeza. Siento algunos dedos que rozan mi espalda intentando agarrarme, cuando me lanzo hacia adelante, como un corredor al llegar a la cinta de meta, rodando por la arena y llegando hasta el centro de la carretera, abrazando las líneas discontinuas como un salvavidas en un océano.
Los niños se detienen en seco, algunos jadeando y apretando los puños. Algunos más rezagados, de menor edad, al llegar junto al resto intentan seguir corriendo hacia mí pero son detenidos por los demás.

Desde mi posición, en el centro de la carretera, tumbado boca abajo e intentando hallar aire para mis pulmones, noto resbalar por mi mejilla un líquido, que al tocarlo con mis dedos compruebo que es mi propia sangre, producto del golpe que me dieron en la carrera. Les miro y siento dentro de mí el odio latente, lo siento de manera punzante, como la herida en mi cabeza, siento la violencia que despiden sus miradas. Una violencia que comienza a latir en mi sangre al ritmo alocado de mi corazón acelerado, una violencia pegajosa que se adhiere a mi alma como una alimaña.

Llega el niño algo mayor que los demás, subido en la parte trasera de la carreta, conducida por el otro niño, y se para detrás del grupo de niños rabiosos y jadeantes, con los ojos desencajados ebrios de maldad. El jefe. Desde mi posición distingo mejor su aspecto, pelo cortado al cero, ojos enrojecidos, frente prominente, y un gesto desafiante y provocador en su forma de moverse.

-         Baztardo, te haz librado porque yo, el Rey, no he jugado la partida. –Me grita, señalándome con la espada de esgrima.

Intento ponerme en pie, lograndolo con gran esfuerzo, y encarando al salvaje grupo. Los miro en silencio, intentando encontrar alguna infantil cara amable sin lograrlo, sólo expresiones de odio y violencia. Algunos de los niños andan por la tierra amarilla que bordea la carretera, nerviosos y mirando la pista asfaltada y a mí.

Entiendo que es un juego sádico y que la carretera ha sido mi salvación. En sus reglas, por alguna razón, no pueden pisar el asfalto. Veo que alguno niños se van retirando haciéndome gestos obscenos y agresivos. Uno de los que bordea la carretera, me lanza una sonrisa ladina dando una patada a la arena haciendo que llegue parte del polvo amarillento a cubrir un trozo de ella. Seguidamente se unen varios niños con las cabezas pintadas de azul que comienzan a arrojar tierra sobre el asfalto de forma rápida en dirección a donde me encuentro.

Me doy cuenta de la idea que le ha llegado a su cabeza pintada de azul y me lanzo a correr por el centro de la carretera sin mirar atrás, sin parar, con el ardiente sol a mis espaldas, siguiendo las líneas discontinuas, corriendo, corriendo por una carretera infinita que me cobije de la violencia.


* Masmoc Utopía.







lunes, 13 de noviembre de 2017

CARRETERA INFINITA II


Llevo todo el día caminando por esta carretera, arreciado por un sol que ya comienza a decirme adiós desde un horizonte neblinoso. Detengo mi paso lento sobre la rayas centrales y discontinuas del asfalto. La monótona ventisca sigue subyugando mi cuerpo, aunque esté bien protegido de pies a cabeza por mi traje de piel de oso pardo, que yo mismo confeccioné, las oleadas de arena persisten en su empuje y ya siento un latente vibrar dentro de mis arterias que comienza a golpear mi mente en un ritmo galopante, cansino e imparable. Mis ojos, tras las gafas aislantes, llevan un tiempo entrecerrándose y ya noto que mi cuerpo se balancea más de la cuenta, y no por la compañía del viento arenisco; mis fuerzas están flaqueando y tengo que parar mi avance por este asfalto infinito.
La luz del ocaso cae fulminante, volviéndose densa y oscura, o a mí me lo parece, aunque pienso que igual ha pasado más tiempo del que aprecio desde que el astro sol inició su despedida. Mis pensamientos circulan con lentitud, al compás de mis movimientos sobre la carretera. Tengo que encontrar un lugar donde pasar la noche fuera de peligros. Conecto la posición nocturna en mis lentes buscando algún desnivel entre rocas y dunas que pueda ser propicio. Entre dos solitarios pinos, no lejos de la carretera, observo unas rocas que pueden ser adecuadas para descansar. Al llegar al lugar, me felicito porque es perfecto para lo que buscaba, un hueco entre las rocas de unos cuatro metros de profundidad y altura suficiente para estar sentado y echar mi cuerpo a tierra, sin la espada del viento pinchándome por todos lados.

Como viene ocurriendo desde hace…, ya no sé cuántas noches, al ir abandonándome las fuerzas y comenzar a acercarme a la orilla del sueño, suena en mi mente el sonido del gong hipnagógico avisando del comienzo de la comunicación con El Sentir.
-         La noche nos envuelve –oigo nítidamente cómo suena la voz grave en mi cerebro.
-         La noche nos cobija –respondo de forma automática en silencio, mentalmente.
-         ¿Sigues sin recordar tu pasado más allá de unos pocos días atrás? –me pregunta El Sentir.
-         Así es. –respondo alzando mi mano izquierda y tocando la roca grisácea que me sirve de techo para mi descanso nocturno.
-         Hoy te has cruzado con alguien en tu avance por la carretera. ¿Era conocido?
-         Yo diría que no, aunque no me fío de mi memoria puesto que está ausente de recuerdos, como no sean de esta carretera y este caminar por esta tierra desolada e inhóspita. –Entrecruzo mis manos detrás de la nuca y continúo mi conversación mental con un ente del que sólo sé que se hace llamar El Sentir y que cada noche nos comunicamos sin que yo me lo proponga, es algo que surge natural y nítido.
-         Sabes que eres un ser especial puesto que tu esencia llegó a mí, capté tu energía vital y podemos conectar cada noche. Es tu privilegio. Mañana podrá ser un mar de descubrimientos bajo tu barcaza. Serena tu espíritu y recupera tus fuerzas. La noche nos aguarda.
-         La noche nos cobija.

La oscuridad total y el silencio denso me engulle como una tormenta a un insecto confiado, de repente, sin aviso, cortante y definitivo con su velo negro.



      *Masmoc Utopía

viernes, 28 de julio de 2017

CARRETERA INFINITA I


Unas dunas de arenas grisáceas observan el vaivén de álamos y abetos cómo se mecen por una tempestad ronca y oscura. El ambiente acalorado y sofocante enturbia mis sentidos y congela mis pensamientos, ralentiza mis torpes movimientos sobre el firme solitario, por donde intento avanzar andando. Una racha de viento arenisco golpea mi rostro haciéndome caer de rodillas al suelo, cubro mis ojos con ambas manos y agacho mi cabeza hasta mis muslos, intentando ocultar mi rostro. Un sol anubarrado y plomizo desfleca sus lánguidos rayos sobre un asfalto infinito, donde me encuentro arrodillado, centrado por unas rayas discontinuas, dándole un pigmento lumínico sobre un oscuro alquitrán que me parece recién echado, salpicado por las monocordes líneas perfectamente separadas, que logré ver al cabo de un rato cuando la fuerza del viento permitió que entreabriera algo los ojos.

La carretera. La carretera parece que me observa, que saborea mi inmovilidad, que me reta a intentar avanzar. Es como un animal en celo que desea rozarse conmigo, una fiera de los sentidos que me huele y me espera, ansiosa para estrecharme en un abrazo infinito. La carretera, cubierta por una aureola de luminosa oscuridad, con sus olas de arena que van y vienen a un lado y otro del arcén, me desafía a seguir.

Me pongo en pie con decisión, observo a mi derecha una elevación del terreno coronada por arbustos de un color extrañamente azulado y caoba. A mi izquierda veo un desierto interminable que roza con el horizonte, uniéndose con el decrepito cielo en una fusión grisácea como si se los tragara a los dos. El viento sigue jugando conmigo, haciéndome balancear hacia atrás al iniciar el primer paso después de haberme incorporado, lo que me provoca una leve sonrisa al recordar el ímpetu con que me alcé del suelo. Somos frágiles y estamos expuestos a los avatares externos, que no se me olvide, pienso mientras consigo enlazar el segundo y tercer paso sobre el asfalto.

Sobre la zona elevada de mi derecha, en mi fatigoso caminar, observo a un ser con aspecto humano, medio oculto tras un derruido árbol sacado de una película antigua del Oeste donde vayan a colgar a algún forajido. Agazapado a la sombra del tronco se guarece del sol. En mi lento caminar sigo observando intrigado la visión del sujeto, cubierto con harapos mugrientos y un sombrero de ala ancha indefinido en su color, lleva guantes de cuero en sus manos, a pesar del calor, y comienza a andar lentamente, encorvado, casi agachado en sus andares quejumbrosos. Balancea sus manos estirando y encogiendo sus brazos, como si estuviera atrapando mariposas, y llevando sus manos enguantadas hasta tapar sus orejas durante unos tres segundos. Sus movimientos, sincopados y enérgicos, contrastan con su aspecto frágil y lastrado. Vamos andando prácticamente en paralelo, yo por el centro de la carretera y el individuo siniestro sobre el montículo junto a la calzada, muy lentamente. Los granos de arena siguen horadando con fuerte violencia nuestro avance.

De repente detiene su paso tétrico, se gira y me mira de frente. Su intensa mirada de fiera herida de muerte se clava en mis ojos, doloridos por la ventisca, y observo su rostro surcado por la ira. Detiene su caminar y cruza los brazos sobre su pecho, sin dejar de mirarme intensamente, como si me reconociera, como si esperara alguna reacción de mí. Sus pupilas dilatadas se clavan en las mías mientras sigo caminando, girando mi cabeza manteniendo nuestras miradas en una cuerda imaginaria de funambulista donde siento la fragilidad de mi apego hacia él, hacia su odio latente, hacia su olor lleno de hastío. Retengo su mirada agarrado a una pértiga vital que me impulsa a seguir caminando lentamente, azotado por el viento arenisco que araña mis mejillas, alejándome del ser que emana secas y agrias oleadas de rencor y abandono.

Cuando mis ojos sólo pueden contemplar la turbia imagen ondulada por el viento del ser oscuro junto al decrépito árbol del ahorcado, él baja los brazos y se lleva las manos hasta sus oídos, tapándoselos y sentándose a la sombra del ramal torcido.

Sigo mi caminar por el centro de la carretera asfaltada, con el mismo ritmo, entrelazado con el viento, la arena y el calor sofocante. Levanto la vista hacia el rojizo cielo candente del atardecer y, no sé porqué, brota de mí una sonrisa que me trae el frescor de un caudaloso río a mi ser.



   *Masmoc Utopía


martes, 11 de julio de 2017

Encuentro...



Espero una conversión. Espero….

Montañas con vértigo,
jolgorios y pesares,
chispas con fuego
y lanzas de hielo.

Algo de mí se perdió, sin adiós,
entre máscaras y senderos enrevesados.
Algo de mí se va perdiendo, sin rencor,
junto a un temor inquieto evaporado.

Tiempos de  recelos
y turbias miradas,
caminos y veredas
por vías calladas.

Algo de nosotros, por fin, se alejó
desterrado y desvencijado.
Algo de nosotros nos encontró
como presos rescatados.

La libertad se esconde, se refugia,
entre renglones y corcheas
acariciado por tus plumas
nadando entre celestes mareas..

Que la luz engulla mis tormentas
Que la noche me secuestre
Que el Mar me encuentre
Que mi alma deje de estar sedienta.

Siento, y me alimento del resplandor
como un cometa entre estrellas
como un animal en jungla artificial
con fugaces luces sin estelas.

Que nos rapten las lunas y los soles
Que nos embriague el  presente
Que nos inunde tu vital simiente
Que nos acunen las emociones.

Hay un lugar para fundirnos
cada amanecer bajo la lluvia;
hay un espacio para sonreírnos
sin mesura, sin nieblas oscuras.

Encuentro tu aliento. Encuentro…



   * Masmoc Utopía



lunes, 12 de junio de 2017

El Manillar de lo Eterno.


Terciopelo encantado de blancas amapolas
que surgen cristalinas y puras por doquier.
Lágrima de mi estancia que me hace ver
los dedos finos acariciar la pianola

Los ojos encendidos recordando la ilusión,
el aroma gentil, hermoso,.......abrasador.

El romántico del sombrero claro y voz sedosa
hace un leve gesto con la mano y sonríe
antes de echar a volar con sus alas rosas.

Maravillas del futuro celestial
magníficos pasados que escalar.
Maravillas doradas del naufragar
viendo timones y vientos que propiciar.

Aventurar el fuego por celestes escaladas
imaginar consciente y perdido por tu alma.

El romántico del sombrero claro y voz sedosa
hace un leve gesto con la mano y sonríe
antes de echar a volar con sus alas rosas.

Magníficos pasados que escalar
viendo timones y vientos que propiciar.
Maravillas inacabadas vuelan ya......
rodeándome, rodeándome en la inmensidad.


    * Masmoc Utopía


domingo, 18 de diciembre de 2016

martes, 6 de diciembre de 2016

MUNDO CAUSAL XXIV "Capítulo Final"


    -      Estamos juntos en el mundo real. –Bennu, sentado en su silla de ruedas y secándose el sudor de su frente con un pañuelo blanco, habló con seguridad y aplomo mirando a los pececillos de colores del estanque.

La sensación de temor y debilidad fue desapareciendo en el grupo, dando entrada Banton a una espléndida sonrisa diciendo a todos.
-      Estamos juntos y vamos a luchar unidos, todavía con más fuerzas que en el Mundo Causal.
Mara, después de desabrochar su gabardina beige con rapidez, se dirigió a Banton y le dio un fuerte abrazo rebosante de gratitud diciéndole –Tú nos trajiste de vuelta.
Gabriel, enfundado en su chándal deportivo sentado al borde del estanque, comía un plátano y los miraba sonriente. Silvano dio dos palmadas al aire enérgicamente diciendo –Hay que ponerse en marcha. Tenemos que localizar al Sr.Fripp.
-      Ya no está con nosotros –dijo Gabriel secamente poniéndose de pie.

Todos le miraron sorprendidos esperando una explicación a sus palabras.
-      Al regresar, y despertar también del coma tras mi caída, fui a buscarle a Comejéns Tronic, haciéndome pasar por un familiar suyo. Nadie sabe nada de él, ha desaparecido sin dejar rastro. Puede que ya no esté vivo. Tengo ese presentimiento,
-      También podría ser que se lo llevaran al sitio del que nos habló Monchian, al Subsuelo. –Apuntó Bennu.

Un silencio imperturbable se apoderó de todos al unísono; cada uno pensaba de forma idéntica, y Banton lanzó la pregunta –Ahora ¿qué hacemos? ¿por dónde empezamos? –Y el silencio inamovible volvió  a acompañarlos más tiempo del que ninguno hubiera deseado.

Las farolas del parque comenzaron a encenderse, el señor ocaso de la tarde les presentó a la procelosa dama de noche. Banton se tocó su pañuelo rojo anudado a su cuello y los demás, de forma mimética, hicieron igual, pensando si los peligros que superaron en el Mundo Causal, si derrotar allí a los fobios, si recuperarse y encontrase renovados para la vida sería suficiente. Lugosian estaba libre y su amenaza persistía.

Las reflexiones y las preguntas sobre cómo actuar a partir de ahora volaban por las mentes del grupo causal cuando una pareja de ciclistas llegó a la Glorieta de los Lotos, se bajaron de sus bicicletas de paseo en animada conversación con risas y gestos cariñosos. Cogidos de la mano llegaron hasta el borde del estanque, con una sonrisa de amanecer luminoso la mujer de cabello oscuro y ojos ovalados les habló sin soltar la mano de su compañero.
-      Buenas noches al grupo causal. Mi nombre es Darshan y mi compañero es Enter K.
La sorpresa invadió la Glorieta de los Lotos, todos se quedaron mirándolos y esperando a que ella continuara.
-      Hemos sabido donde estabais porque os seguían con discreción, os estábamos esperando. Monchian os habrá hablado algo sobre nosotros. Corréis un gran peligro, estáis expuestos a Lugosian y pensamos que también os debe tener localizados.
-      ¿Y el Sr.Fripp? –preguntó Mara.
-      Hemos sabido que murió hace dos días; lo tenían aislado en una celda en la zona Infra del Subsuelo, hicieron todo tipo de experimentos inhumanos con él hasta que falleció. No pudimos hacer nada más por él. Es una gran pérdida.
-      Parte de sus investigaciones y avances en los planos astrales nos lo pudo entregar antes, aunque lo principal se lo llevó consigo en su mente. –Continuó Hablando Enter K. –Llevaron su resistencia al límite, forzaron su cerebro experimentando para intentar sacarle sus dones y la información valiosa que atesoraba. Fue inútil. El Sr.Fripp no cedió y su vida se extinguió.

La noche pareció entonces que se tornaba más fría y pesada sobre la Glorieta de los Lotos, un triste silencio cubría de negritud el alma de todos.

-      Lugosian está cerca; lo percibo. –Banton cortó el tempano de silencio de un tajo.
Una figura robusta emergió desde una niebla violácea por un sendero de tierra amarilla dirigiéndose hacia ellos, con paso decidido; el indumento de la capa oscura les hizo estar a todos en alerta, el bastón que llevaba en su mano no deja lugar a dudas, y cuando está a pocos pasos del grupo causal y de Darshan y Enter K, el rostro de nariz afilada y corvina, los pequeños ojos negros y labios delgados, junto a su inexpresividad, le siguen dando ese aire maléfico y siniestro. Lugosian.
-      Bien, bien. Aquí estamos todos reunidos, alegrad esas caras. –Dijo Lugosian mientras avanzaba hacia ellos. Alzó su bastón en dirección a Darshan y Enter K, y salieron disparadas dos agujas que hicieron diana en sus cuerpos. Quedaron paralizados como estatuas. –Ellos ya no son un problema para nuestra comunicación.
Gabriel buscó con su mano su carcaj de flechas, sin éxito. Bennu sintió un tirón dentro de sí para emprender el vuelo y quedó expectante en su silla de ruedas. Silvano buscaba con la mirada algo a lo que aferrarse para hacer frente al monstruo pero sólo halló hojarascas. Banton adelantó varios pasos y encaró al sicario de los fobios, igual hizo Mara colocándose a su lado.
-      Necios ilusos. Pensabais que podríais acabar conmigo. –Dijo Lugosian con rotundidad lanzando una risotada que sonaba a infierno.
-      Vamos a intentarlo por todas las almas a las que has hecho sufrir. –Mara puso sus brazos en jarra mirando a Lugosian con una ausencia de miedo tal, que al lacayo de los fobios impresionó. Banton lo percibió y encontró la respuesta que buscaba. La ausencia de miedo, el atrevimiento de vivir, la determinación de sentir, el pulso latente de vivir el momento presente sin temores ni rencores. Esa era el arma contra el mensajero del odio. Mara sentía así la ausencia de miedo y la determinación de vivir plena y por ello Lugosian se debilitaba al sentir esa energía.
-      No existe el miedo en nosotros, Lugosian. –Dijo Banton con una seguridad acrecentada cuando Mara le miró sonriendo. –Luchamos hasta el final. Nuestra esperanza es tu condena. Siempre perderás, no importa las veces que puedas volver del horror del averno para servir a tus amos a través de los siglos.
-      Luchamos hasta el final. –Mara habló alzando la voz y consiguiendo que Gabriel, Silvano y Bennu avanzaran junto a ellos dos.

La noche parecía aún más noche que cualquier noche de tristezas heladas, de penas y oscuridades traídas desde tiempos remotos; al mismo tiempo se percibía una fuerza, una energía que volaba alrededor de la Glorieta de los Lotos, una conjunción de almas blancas y cristalinas que iban regando los árboles de alegría y candor, de bondad y fuerza positiva.
Banton y Mara se miraron y entendieron casi de forma telepática lo que estaba ocurriendo. La creación del Sr.Fripp cuando ahondó en la fisura del sendero de las almas hacia la luz divina redentora que él descubrió y cartografió, el aparato tecnológico que consiguió tener vida propia como ente por la intervención de las energías de la naturaleza y las fuerzas astrales de millones de almas y que se ubicó en alguna zona desconocida, según les contó Monchian. Esa zona era la Glorieta de los Lotos y Fripp lo sabía, por eso dejó la clave indicando el lugar de encuentro allí mismo. La energía positiva que formó el Mundo Causal a través del sendero astral también estaba ahí para combatir al odio y al rencor que representaba Lugosian.

-      Nuestra esperanza es tu condena, siempre lo será. –Banton terminó su frase con una sonrisa que parecía que abriera la oscuridad de la noche al alba de los primeros tiempos, como de hecho algo así ocurrió. Un fulgor de luz carmesí brotó desde el estanque de la Glorieta de los Lotos e irradió a Lugosian directamente, mientras un esplendor blanquecino cubrió al resto en la glorieta. Mara, Banton, Silvano, Bennu y Gabriel juntaron sus manos con fuerza y rodearon a Lugosian en un haz de luz que se expandía desde sus cuerpos, Darshan y Enter K seguían inmóviles pero conscientes de lo que ocurría.
-      ¡El Horror! ¡El Horror! –Lugosian exclamó apenas sin fuerzas mientras se iba convirtiendo en polvo y arena hasta desaparecer.
-      La esperanza es tu Horror. – Dijo Mara viendo como perecía a través del polvo que quedaba en el suelo.


Los días se sucedían, las noches comenzaban a ser más cálidas y acogedoras.
La ausencia total de miedos por vivir les acompañó inexorablemente, el atrevimiento por sentir la vida plena llegó a ser su fiel compañera, la determinación segura de ser y ayudar iba siempre de su mano. Vivir el instante sintiendo la vida latir, sin temores, sin rencores.
La esperanza iba pegada a su piel y a su alma.


La Glorieta de los Lotos seguía estando allí compartiendo su secreto……..y un pañuelo rojo muy especial les permitía visitar al Mundo Causal.


*Masmoc Utopía

                                 CAPÍTULO FINAL